miércoles, 27 de octubre de 2010

Trabajo de Literatura tema 3. Alumnos de 1º ESO

En este tema vamos a leer cuentos americanos, sobre todo de Latinoamérica. Son historias fantásticas que os van a gustar mucho. ¡Ánimo con la lectura!
“LEYENDAS DE AMÉRICA”

I.-“A ZORRO, ZORRO Y MEDIO”

Durante siete largos días, anduvo un zorrito buscando comida por todo el monte. Era época de sequía y la caza escaseaba, sobre todo para los jóvenes inexpertos como él. Tras mucho caminar, vio a lo lejos un jaguar que había atrapado una excelente pieza y estaba a punto de celebrar él solo un buen banquete.

-¿Conseguiré que me dé algo si se lo pido con amabilidad?-se preguntó el zorrito mientras se relamía-. El jaguar es egoísta y orgulloso. ¿Y si intentara quedarme yo con todo? Todo es mejor que un poco…

Una idea brilló en su cabeza y, de inmediato, la puso en práctica. Con aspecto despavorido, corrió hacia el jaguar dando gritos:

¡Que vienen los perros feroces! ¡Cuidado con los perros feroces! ¡Son más de doscientos! ¡Ya se escuchan sus ladridos! ¡Huyamos todos!

Y, con estos gritos, se perdió en la maleza tras cruzarse con el jaguar.

-¿Dónde, dónde?-preguntó el jaguar, que se disponía a dar su primer gran bocado.

Sobresaltado, abandonó su presa, y dando enormes saltos corrió a refugiarse. El jaguar cruzó ríos, atravesó pantanos y siguió corriendo hasta que cayó rendido. Nada más temible que tener que enfrentarse a doscientos perros salvajes. Finalmente, levantó una oreja, levantó la otra y, como no oyó ningún ladrido, se quedó dormido. Mientras tanto, el zorrito salió de los matorrales y se acercó a la comida abandonada.

-¡Ahora sí voy a darme un atracón!-se dijo, y se dispuso a celebrar su propio festín. En eso estaba cuando oyó un ruidito a sus espaldas. Era un zorro viejo y flaco, con aspecto de arrastrar tanta hambre como él.

“Estos zorros son peligrosos, ¡si los conoceré yo!”, pensó el zorrito “Tendré que inventar algo, y rápido, para que no me arrebate lo que gané con tanto ingenio”.

-Buenas tardes-saludó el viejo zorro.

-No tan buenas, amigo.

-¿Se puede saber por qué no tan buenas?-continuó el viejo zorro.

-Mucho trabajo y poca suerte-respondió el zorrito con acento lastimero.

-Veo que tiene comida-comentó el viejo zorro mientras sus ojos brillaban y se le hacía la boca agua -. En esta época, conseguir una pieza así es tener muy buena suerte…

-Eso pensaba yo, pero vea, amigo, tengo que tirarla toda.

-¿Tirarla?¡Cómo la va a tirar! ¿De qué me está hablando?

-¡Puajjj, qué asco!...-dijo el zorrito escupiendo el único bocado que había conseguido dar-. Esta carne está envenenada. Por suerte me di cuenta nada más probarla…

-Pero, amigo-respondió el viejo zorro-¡tiene que ir inmediatamente al río a enjuagarse la boca! ¡Probar un bocado envenenado es muy peligroso! Vaya usted y lávese bien, que yo me quedaré cuidando la carne envenenada para que nadie se acerque…

Obligado a seguir con su mentira, el zorrito fue hacia el río escupiendo para todos lados y maquinando cómo alejar al viejo zorro de la presa. Cuando después de un rato, volvió al lugar, apenas quedaban allí, junto al viejo zorro, unos huesos pelados.

-¡Qué hizo, amigo! ¿No le advertí del peligro?-gritaba el zorrito desesperado por el hambre-. No me diga que se comió todo!

-Pues sí-respondió el zorro flaco-Me dije a mí mismo: entre morir de hambre y morir envenenado, prefiero una muerte rápida… Y me comí la pieza entera.

El astuto y viejo zorro dio media vuelta y, caminando lentamente, con su barriga bien llena, se alejó en el monte para buscar un lugar donde reposar su digestión”.

Leyenda de Argentina

II.-“LA LUCIÉRNGA Y LA ZARZA”

Una gran luciérnaga de vivos colores partió de viaje para visitar a unos familiares que vivían al otro lado de la comarca. Emprendió el vuelo a la salida del sol pero el camino era largo y al atardecer se sintió cansada. Decidió pasar la noche sobre una vieja zarza solitaria que encontró en un cerro. La zarza, además de vieja, estaba deshojada y encorvada. La zarza admiró la belleza de la luciérnaga: le gustaron su manera de volar y el zumbido de sus alas. La alimentó con sus frutos y le dio conversación hasta bien entrada la noche. Al cabo de unas horas, la zarza se atrevió a hacerle una propuesta:

-¿Quieres casarte conmigo, luciérnaga?-le preguntó ilusionada, pero la luciérnaga se hizo la dormida-. ¿Quieres casarte conmigo?-preguntó la zarza más fuerte.

-¡Qué dices! Estás muy vieja y fea para mí, zarza. Mírate bien: deshojada y encorvada… ¿Cómo iba yo a casarme con alguien así?

Y con el primer rayo de sol, la luciérnaga emprendió su camino. Permaneció con sus familiares varias lunas, hasta que una mañana llegó el momento de despedirse y emprendió el viaje de regreso. La luciérnaga voló por lugares que ahora le resultaban conocidos. Al llegar al cerro donde vivía la zarza, se llevó una enorme sorpresa: la zarza había rejuvenecido y vestía hojas de un verde intenso adornada con flores blancas. Asombrada por la transformación, se acercó a contemplarlas y a saludarla:

-¡Qué bonita estás, zarza! ¿Querrás casarte conmigo?

Pero la zarza permaneció en silencio.

¡Cásate conmigo, zarza!-repitió la luciérnaga, encandilada por el aspecto de la zarza.

-No, no me casaré contigo-contestó la zarza.

-Al menos dime qué hiciste para ponerte tan bonita-le rogó la luciérnaga.

-Yo no hice nada. Unos hombres me prendieron fuego y con eso me volví joven y bella otra vez.

La luciérnaga vio que, no muy lejos de allí, los hombres habían encendido una fogata. Sin pensárselo dos veces, se acercó a las llamas con la intención de probar el misterioso remedio que tan buen resultado le había dado a la zarza.

-¡También yo quiero ser más joven!

Pero apenas la rozaron las llamas, sintió que se quemaba y un profundo dolor la invadió. Volando desesperada llegó ante la zarza:

-¡Zarza, zarza!¡Me quemo! ¡Me quemo! ¡Ayúdame!

-Frótate con una de mis hojas-le ofreció la zarza compasiva.

La luciérnaga se frotó con todas sus fuerzas para apagar el fuego. Cuando pudo contemplarse vio que estaba toda chamuscada: todo su cuerpo se había puesto ceniciento aunque una pequeña chispa brillante quedaba en la punta de su cola. La luciérnaga quiso quitarse la chispa y se frotó contra otra hoja, sin conseguir nada. Lo intentó contra una rama e incluso contra el tallo de la zarza…Pero fue inútil. Comprendió que su nuevo color y la chispa de su cola la acompañarían para siempre.

Avergonzada por su aspecto, toda raspada y ennegrecida, partió la luciérnaga hacia su casa. Desde entonces, las luciérnagas tienen ese color negruzco pero conservan una lucecita en la cola, con la cual iluminan las oscuras noches. Y desde entonces también, las luciérnagas rondan las zarzas cuando están en flor, con la esperanza de poder enamorarlas algún día”.

Leyenda de Venezuela

III.-“WALUMBE LLEGA A LA TIERRA”

Cuentan las abuelas a sus nietos que, cuando en la tierra no había sino piedras, pasto y hierbas, Kindu era el único hombre que la habitaba. Para sobrevivir se alimentaba de leche de un vaca.

Un día, Gun, dios del cielo, decidió que su hija Nambi y su hijo Walumbe debían bajar a la tierra.

En cuanto Nambi vio al joven Kindu, hermoso y libre, se enamoró de él. Y Kindu también quedó prendado de Nambi, la hija del dios del cielo. Decidieron casarse y Nambi se lo confesó a su hermano Walumbe.

-Tendrás que consultarlo con nuestro padre-respondió Walumbe, y los hermanos regresaron al cielo con tal propósito.

Gun escuchó a su hija y le pidió que esperara un tiempo. Quería poner a prueba al muchacho para cerciorarse de su valentía e inteligencia, y darle así la oportunidad de demostrar que era digno de desposarse con la hija de un dios.

Para ello, Kindu fue llevado al cielo. Cuando vio los inmensos palacios celestiales, los grandes rebaños de vacas, cabras y ovejas, ya la multitud de gallinas corriendo entre los platanares, quedó maravillado con tanta riqueza y abundancia. Gun lo llamó a su presencia y solemnemente le propuso:

-Para ser merecedor de mi hija, tendrás que pasar tres pruebas. Sálvalas y te casarás con ella. Lo condujeron a un cuarto repleto de comida y Gun le ordenó entonces que acabara con toda ella antes de que cayera la noche. Kindu comió cuanto pudo, pero eran tantos los manjares que apenas se notó que faltara algo. Al atardecer, incapaz de comer más, se le ocurrió cavar un agujero en el suelo; arrojó en él la comida y el agujero se cerró.

-La tarea está cumplida-gritó para que lo oyeran fuera. Y, en efecto, la comida había desaparecido.

Compareció el joven Kindu de nuevo ante Gun y éste le indicó la segunda de las pruebas:

-Yo soy muy friolero y necesito leña de roca para alimentar el fuego de mi chimenea. Toma esta hacha de madera y ve a cortar leña de rocas para mí. No tardes pues el frío me incomoda y desata mi mal humor.

Kindu pensaba que de ninguna manera podía partir la roca con un hacha de madera. Observó detenidamente los terrenos montañosos por los que vagaba. Aquí y allá, encontró algunas rocas agrietadas, desprendió varios trozos y llevó los pedazos a Gun antes de que éste protestara. Gun miró intrigado el hacha: el filo no se había mellado y el joven había cumplido su cometido. Era el momento de proponerle la tercera prueba:

-Ahora llenarás de rocío este cántaro. Te espero mañana a la salida del sol.

Kindu fue a la pradera y permaneció la noche en vela, a la espera de que el rocío cubriera los campos y llenara su cántaro. Al clarear, se dio cuenta de que el cántaro estaba casi vacío. Pero vio también que todas las hojas de los árboles lloraban gotas cristalinas de rocío. Con estas gotas llenó el cántaro hasta el tope y acudió a la presencia de Gun.

-Sin duda, eres merecedor de casarte con mi hija-dijo Gun-. Yo les doy mi consentimiento.

Para que no les faltara de nada, les regaló también una cabra, una oveja, una gallina, un árbol de plátano y semillas de todas las plantas que pudieran servirles de alimento. Y al despedirse, Gun les aconsejó:

-Walumbe no debe saber nada de todo esto pues se despertará su envidia y querrá también irse a la tierra.

Los novios partieron sigilosos. A medio camino, Nambi se dio cuenta de que se había olvidado el grano para alimentar a la gallina y regresaron a por él. Fue entonces cuando Walumbe los descubrió y decidió que los acompañaría.

Kindu plantó el plátano y las semillas, y éstas se convirtieron en plantas. Nambi dio a luz muchos hijos y nunca les faltó la comida. Pasado un tiempo, el envidioso Walumbe, que era la Muerte, se llevó a uno de sus hijos. Y luego a otro. Y también a un tercero. Kindu y Nambi no pudieron hacer nada por evitarlo. Así fue, según cuentan las abuelas, cómo la Muerte vino a la tierra, y desde entonces ha permanecido aquí entre los hombres.”

Leyenda de Cuba

IV.-“EL CUERVO ROBA EL SOL”

Por aquel entonces el cuervo era totalmente blanco, desde la punta de las garras hasta la punta de las alas. El cuervo sabía que el jefe de la tribu guardaba el sol, la luna y las estrellas en tres inmensos cofres de madera labrados y pintados de amarillo, azul y blanco. Los cofres estaban custodiados en el centro de la casa del jefe, y nadie podía acercarse a ellos. Ni siquiera su esposa o su hija.

Una tarde, el cuervo se posó sobre el tiro de la chimenea y escuchó el lamento del jefe de la tribu. Le decía a su esposa que se sentía viejo y que le apenaba mucho que su hija no le diera nietos. Deseaba un nieto, y temía morir y que su linaje se perdiera.

En ese mismo instante, el cuervo blanco tuvo una feliz idea. Se convirtió en un bebé y se colocó a la entrada de la casa. El jefe oyó un llanto, abrió la puerta y grande fue su sorpresa al encontrarse con un niño. Lo tomó amorosamente en sus brazos, lo llevó cerca de la chimenea y pidió que le trajeran leche. Era tan intenso su deseo de tener un nieto que le pareció que ese pequeño se lo enviaban los dioses. En su regocijo, no le importó ni el origen del bebé ni su insistente llanto: él lo cuidaba y lo abrazaba con ternura como si fuese sangre de su sangre.

Pasados unos meses, el niño empezó a dar sus primeros pasos y a descubrir el mundo que lo rodeaba. Una mañana que no cesaba de llorar, el niño señaló el cofre azul. Quería jugar con él, y el jefe, para complacerlo, se lo permitió. En un segundo, el niño abrió el cofre y las estrellas salieron y se posaron en el firmamento. El abuelo lo vio tan contento que no dijo nada.

Al día siguiente, el niño volvió a llorar y a encapricharse con el segundo cofre, que era el de color blanco. Con tal de verlo feliz, el abuelo le permitió también jugar con él y el niño lo abrió. Embelesado, el niño pudo contemplar el círculo plateado de la luna subiendo al cielo; el abuelo se emocionó al ver el reflejo luminoso en los ojos del niño.

Faltaba el último cofre, el más apreciado por el jefe de la tribu. El niño comenzó a llorar y el abuelo intentó distraerlo con sus juguetes. El niño insistía en querer abrir el cofre amarillo y el abuelo no tuvo corazón para negárselo. Cuando las pequeñas manos destaparon el último cofre, el sol, como una inmensa burbuja de fuego, empezó a escalar el cielo, dando su luz y su calor sobre la tierra.

En el momento en que el sol ascendía al cielo, el niño se convirtió nuevamente en cuervo y el jefe comprendió el engaño. Sintiéndose burlado intentó atrapar al pájaro blanco y éste se metió en la chimenea, subió por el tiro y se cubrió de hollín.

¡Cuál no sería la sorpresa del cuervo al ver, a la luz del sol, que todo su plumaje y también su largo pico se habían vuelto de color negro azabache!

Pero al cuervo no le importó. Se sentía feliz por haber cumplido su misión en la tierra: los hombres disfrutarían de la luz y del calor del astro rey todos los días, y ningún jefe podría atesorar para sí mismo este regalo de los dioses.”

Leyenda de Alaska

V.-“EL HIJO DE OBA”

Oba gobernaba sobre todas las cosas desde su brillante palacio en las alturas del cielo. Era tan enamoradizo como iracundo y caprichoso. Disfrutaba en su morada rodeado de mujeres bellas, bondadosas e inteligentes. Entre ellas, solo una, la más hermosa de las que habitaban en su reino, conquistó su corazón y le dio un hijo. Nació así un niño fuerte, lleno de luz, que crecía jugando en los jardines del palacio del cielo.

Nadie sabe exactamente qué sucedió entre Oba y su esposa, pero el caso es que un día tuvieron una enorme disputa. En un arrebato de ira, el dios le arrebató el hijo a la madre, lo convirtió en pez y lo lanzó al río que atravesaba los jardines de sus posesiones.

El pececillo recién llegado no fue bien recibido por los demás peces:

-¿Quién es este y de dónde ha salido?-preguntó un pez anaranjado.

-¿Por qué hemos de compartir con él nuestra comida?-dijo otro conocido por su glotonería.

Cada vez que el pececito abría la boca para comer, aparecía un pez más fuerte que él y le arrebataba un bocado. Cierta vez, un grupo de peces se abalanzó sobre el nuevo y, a topetazos, lo empujaron hasta una grieta del fondo donde brotaba agua hirviente. Al sentir cómo se abrasaba, el pececito gimió intensamente y lo lamentos consiguieron conmover el duro corazón de su padre. Oba sintió piedad, lo sacó del agua, volvió a convertirlo en niño y lo llevó de regreso a palacio. Para compensar su sufrimiento pasado, pensó en crear para él un universo de colores.

Tomó un lápiz, dibujó un cielo y puso a su hijo en medio de aquel inmenso cielo azul. Llamó después a un perico y a una perdiz, les ordenó que tomaran barro con sus picos y les indicó en qué sitio debían ir juntando el barro para formar la Tierra.

Luego Oba creó el mar, los ríos, los gusanos luminosos para que alumbraran las noches, los gavilanes, las ardillas, los monos, las iguanas, las tortugas, los peces…; y creó también las llanuras, las plantas, los bosques y las flores aromáticas. Para organizar todas estas maravillas, organizó las nubes, los vientos y los rayos. Finalmente, convirtió a su hijo en Sol y le dio una compañera: la Luna.

Entonces, el Sol notó que faltaba alguien que disfrutara del mundo que su padre había creado. Bastó su deseo para que aparecieran el hombre y la mujer.

Como todo estaba hecho, el Sol volvió al cielo para darle calor a la Tierra. Desde allí pudo contemplar la belleza de todo lo creado y su perfección. A pesar de ello, sintió un profundo aburrimiento. Entonces se acordó de la Luna. Siempre que aparecía el primer rayo de Sol, ella escapaba. Decidió ir en su búsqueda y, tras mucho perseguirla sin encontrarla, acabó enamorado de un ser tan esquivo.

Un mediodía, por fin, sucedió el encuentro. La Luna, llena de amor, cayó entre sus brazos y, debido, al calor, el velo que cubría su cara de nácar ardió. Sol y Luna se fundieron en un abrazo que duró unos pocos minutos. Después cada uno emprendió su camino por el cielo.

Así viven desde entonces: caminando separados, pensando en el momento en que volverán a reunirse. Raras veces se encuentran. Cuando esto sucede, el abrazo sólo dura unos instantes, pero su amor es tan profundo que se olvidan de todo: el cielo se oscurece y, por unos momentos, ninguno de los dos ilumina el mundo.”

Leyenda de Panamá

VI.-“EL ORIGEN DEL AMAZONAS”

Hace muchísimos años vivían en la selva dos hermanos mellizos huérfanos a los que cuidaban sus abuelos. En aquel tiempo el agua era muy escasa pues no existían ríos, ni arroyos ni lagunas.

El único que sabía donde encontrar agua era su abuelo, pero guardaba celosamente el secreto. No muy lejos de la casa de los abuelos había un estanque que todos los días amanecía a rebosar. Y es que, cada madrugada, el abuelo lo llenaba con agua que traía de aquel sitio desconocido. Los mellizos tenían que transportar el agua desde el estanque hasta la casa para que la abuela cocinara y preparara el masato, la bebida preferida por los habitantes de la selva.

Un día, uno de los hermanos, cansado de cargar y cargar agua, siguió al abuelo para averiguar de dónde la sacaba. Sabía que, si se lo preguntaba, el abuelo nunca se lo diría y tampoco quería ser descubierto mientras lo vigilaba. Después de mucho pensarlo, el muchacho decidió transformarse en pájaro picaflor para que el abuelo no lo reconociera. Volando de flor en flor, lo siguió por la senda que se adentraba en la selva.

Cuando hubieron caminado un buen trecho, llegaron hasta un gigantesco árbol del cual brotaba un inmenso chorro de agua. El muchacho, feliz por haber descubierto un secreto tan bien guardado, se lo comunicó a su hermano. Entre los dos reunieron a los conejos, a las ardillas, a los ratones, a los tucanes y a los pájaros carpinteros, y les pidieron ayuda para talar el árbol. Los animales trabajaron todo el día. Pero el árbol era tan grande que no consiguieron terminar su tarea. Casi al anochecer, cuando faltaba poco para derribar el tronco, decidieron continuar al día siguiente. Estaban realmente cansados de tanto esfuerzo.

Por la mañana, acudieron a continuar el trabajo comenzado y encontraron el árbol sin un solo rasguño. Comenzaron de nuevo pero, ese segundo día, pasó lo mismo. Y al tercero, y al cuarto. Y el árbol, casi talado al anochecer, aparecía intacto por la mañana.

Entonces los mellizos volvieron a acechar al abuelo y así descubrieron que él, por las noches, curaba al árbol con gran cuidado para que el agua pudiera seguir manando sin descanso. Por eso al día siguiente amanecía sano.

-¿Qué podemos hacer para que el abuelo no cure al árbol?-dijo el que se había transformado en pájaro picaflor.

-Debemos evitar que mañana llegue hasta el árbol, así los animales podrán terminar de talarlo-respondió el otro de los mellizos, que aquella misma noche se transformó en alacrán.

Entonces, cuando el abuelo se dirigía en secreto a curar el árbol, lo picó en el dedo gordo del pie derecho. En ese momento, el árbol herido se derrumbó estrepitosamente y toda la selva retumbó.

Al caer el árbol, de él comenzó a brotar gran cantidad de agua. Su tronco se convirtió en el río Amazonas; las ramas, en sus afluentes; las hojas y las espinas, en las diferentes especies de peces que nadan en el río.

Los gusanos de varios colores que recorrían la corteza del gran árbol cayeron al suelo y se transformaron en la gente blanca, la gente negra y la gente mestiza. Ése fue el origen de todas las razas que habitan hoy la selva del Amazonas.”

Leyenda de Brasil

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